El Atlántico
Hace muchos años, cuando Ulises y yo teníamos pocos años de casados (no me pregunten cuántos, porque ya son muchos, jeje) fuimos unos días a Huatulco a disfrutar de la playa y el sol. Echados en nuestros camastros, yo medio disfrutando medio sufriendo el calor húmedo de la tarde, nos pusimos a platicar; Ulises me compartió que le encantaría ir a vivir a un lugar de playa el día que se jubilara.
No recuerdo bien qué le contesté, pero emocionada, emocionada con la idea de vivir cerca de la playa no estaba precisamente; unos días de vacaciones no estaban mal, pero vida diaria ya era otra cosa...
Muchos años y varias mudanzas después he descubierto que me encanta el océano. Dejen aclarar que desde la orilla, porque hasta la fecha me da pavor nadar en el mar. No son para mí ni el surf ni el snorkel y mucho menos el buceo. ¿Qué le vamos a hacer?
Pero puedo estar sentada por horas viendo el juego de la luz sobre el agua o cómo se rompen las olas sobre la arena o la manera en que golpean las rocas en un ir y venir incesante.
Un día de verano que estábamos sentados en la arena viendo el mar, nos surgió la duda qué había más allá del horizonte que podíamos ver: pues no hay mas que oceáno, agua y más agua hasta encontrar la costa este de los Estados Unidos, más o menos a la altura de Conneticut.Me encantaría algún día poder observar una tormenta desde una casa ubicada justo en la costa, poder ver el tamaño y la fuerza de las olas y sentir el viento golpeando los cristales.
Por mientras les dejo con unas cuantas fotos más que hemos tomado en las playas cercanas.
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