Para pasar el rato
Durante mi infancia y juventud, la casa de fin de semana en Cuernavaca la mayor parte del tiempo se sentía como el paraíso en tierra con su enorme jardín donde correr, saltar y jugar con tierra y plantas, con los árboles a los que nos trepábamos con un libro bajo el brazo para pasar las mañanas frescas, y la alberca en la que pasábamos horas y horas durante la temporada de calor.
Pero también había momentos en que tocaba entrarle al trabajo de la casa. El último día de nuestra estancia había que cosechar la fruta de temporada para llevar a ciudad de México, cortar rosas del jardín formando un ramo para regalar a nuestros abuelos, y dejar todo limpio y recogido antes de cerrar la casa nuevamente.
Los otros días tocaba el turno a tareas que era más fácil realizarlas junto con mis hermanos: lavar los enormes ventanales de la casa, limpiar la enorme terraza donde desayunábamos, comíamos y cenábamos, lavar el coche o, la más odiada de todos, sacar la hierba mala del pasto.
Si en aquella época alguien me hubiera dicho que le tomaría gusto a sacar la hierba mala, me hubiera yo reído en su cara. ¿Yo, de manera voluntaria, hincada o agachada por horas, arrancando plantas con todo y raíz? Pleeaase...
Pero me alcanzó la realidad, y ahora aprovecho los días de sol para limpiar las jardineras, aunque sea sólo un ratito. La que más tiempo me tomó fue una jardinera llena de piedra de río que tenemos frente a las recámaras.
La verdad nunca me imaginé que en cinco semanas las hierbas pudieran crecer tanto, así que quedé sorprendida cuando regresamos a principios de octubre y me encontré con esto:
La primera mitad no me costó tanto trabajo, rápidamente salían ramilletes de pasto, diente de león y otras hierbas de las que no conozco el nombre.
Los últimos dos metros cuadrados fueron los que más tiempo me tomaron: las raíces habían envuelto las piedras como en una red y fue bastante laborioso separar unas de otras. En total creo que saqué cinco o seis de estas cubetas llenas:
Durante todo el proceso de limpieza tuve tiempo de observar con cuidado las diferentes hierbas; algunas tienen raíces profundas pero que se rompen con facilidad, otras crean redes, aquellas otras tienen una sola raíz pequeñita. Incluso reconocí una que crecía mucho en el jardín de Cuernavaca, en Morelos la gente le llama golondrina.
También vi que hay como tres diferentes plantas que parecen diente de león, lo que me llevó a preguntarme si alguna o todas serían comestibles. ¿Estaría yo arrancando y tirando algo que se podía convertir en una buena ensalada? Hay tanto que no sé acerca de la flora local...
Al contrario
que durante mi infancia y juventud, ahora disfruto muchísimo el tiempo que
paso en el jardín, escuchando el viento en los árboles, los pájaros
cantando y las campanas del reloj del pueblo marcando las medias horas y
las horas completas mientras limpio las jardineras, barro las hojas o planeo qué más puedo plantar.
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