Caminata Navideña

Ahora que estamos en confinamiento recuerdo con gusto nuestros paseos, esperando que pronto los podamos retomar.

El 23 de diciembre no teníamos planeado salir de casa porque, después de tres largos meses de viaje, ese día llegaba la mudanza con nuestros libros, cuadros y algunos muebles de Hong Kong. Originalmente la entrega estaba programada para las tres de la tarde, pero como a las diez de la mañana recibimos una llamada avisando que vendrían antes de medio día.

Y como no eran tantas cosas, las cajas pronto estuvieron repartidas en las habitaciones correspondientes, aunque faltó una caja, la número 7. Pero eso es otra historia que aún no ha terminado...

Regresando a esa tarde de diciembre, decidimos salir a caminar a la foz del Minho después de comer y antes que se hiciera de noche. Habíamos pasado varios días encerrados por una fuerte tormenta que había traído mucho viento y lluvia

Llegando a la zona de bosque platicamos un poco y elegimos no caminar por el bosque sino primero asomarnos al Atlántico; nos encanta ver las olas quebrándose sobre la playa, en especial después de las tormentas.

Éste fue el comienzo de nuestro paseo. A lo largo de toda la costa se pueden encontrar estos andadores de madera que comunican el estacionamiento con la playa; su función es proteger la vegetación y con ello evitar la erosión y pérdida del ecosistema característico de las dunas.

En la siguiente fotografía se puede ver muy bien por dónde anduvimos ese día. Para que se ubiquen: en el extremo izquierdo está la desembocadura del Minho, seguida por las playas de Caminha y del Camarido hacia la derecha, como a 3/4 partes del recorrido hay otro acceso entre el bosque y la playa, que tomamos para regresar. Hasta el fondo se aprecia la pequeña bahía donde se encuentra la playa de Moledo; está en nuestros planes ir caminando por toda la costa desde la desembocadura hasta Moledo cuando el clima esté más agradable.

Llegando a la playa nos esperaba esta vista, así que lo primero que hicimos fue sentarnos a disfrutar de nubes, mar y arena y llenar el alma de paz, agradeciendo que Dios nos trajo a este rincón tan maravilloso.

Volteando hacia la playa nos sorprendimos de la cantidad de ramas y maderas  tiradas en la arena, tan diferente de la basura de plástico que acostumbra aparecer a diario en las playas de Hong Kong. Entre la madera sí encontramos alguna que otra botella de plástico o trozo de red de nylon, una pelota de tenis, pero también varias naranjas, un pimiento y algunos limones.

  

Lo más curioso de todo fue esta casita que nos encontramos a la mitad del camino; no tenemos idea quién la construyó, ni con qué fin porque no ofrece protección contra viento o lluvia. Tampoco regresamos en las semanas siguientes para ver si aún se mantenía en pie.




Nosotros dos no éramos los únicos que estaban en la playa; había un grupo de cinco o seis personas haciendo surf y unos cuatro o cinco pescadores.

Nuevamente hicimos escala en nuestro paseo para observar a los valientes surfistas metidos en las frías aguas del mar. Fue interesante ver cómo usaban una corriente que iniciaba cerca del Forte da Ínsua para alcanzar las olas perfectas para su deporte, como a 200 metros de la orilla.

Hay mucha gente aficionada a la pesca, y cuando salimos a caminar a la orilla del  mar con frecuencia nos topamos con estos pacientes deportistas, perfectamente protegidos contra viento y lluvia esperando calmadamente por horas a que algún pez muerda el anzuelo.

Eso sí, una botellita de vino seguramente ayuda a aligerar la espera, jeje.

Regresando por el bosque nos encontramos con varias pequeñas lagunas reflejando la belleza de la vegetación circundante. Definitivamente un paseo para recordar esta tarde de lluvia y confinamiento.


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