Todo pasa y todo queda

Desde que vivimos en Portugal, en varias ocasiones he sentido que estoy viviendo un tiempo prestado, que tengo el privilegio de experimentar una forma de vida que tiene fecha de caducidad, por decirlo de alguna manera. 

Esta sensación surge cuando veo a nuestros vecinos preparando la tierra, sembrando, cuidando los cultivos y cosechándolos de acuerdo a  viejas tradiciones, sin que haya gente joven que tome el relevo.

Al oir hablar a mis vecinas, a sus familiares y amigos me doy cuenta que todas esas costumbres tienen los días contados. Son muy pocos los jóvenes dispuestos a someter su vida al orden que dtermina la naturaleza, y que además exige un gran esfuerzo físico.

Pero los viejos del pueblo continúan viviendo de acuerdo al ritmo de la naturaleza, plantando y cosechando según indican la lluvia y el sol, pendientes de las nubes y el viento para hacer tal o cual actividad, observando cuidadosamente si ya es momento de colocar la semilla en la tierra o recoger el fruto de su trabajo.

Este otoño tuvimos el privilegio de ser invitados a cosechar maíz con Doña Lourdes y su familia. Para realizar este trabajo pesado, laborioso y bastante repetitivo, normalmente se reúnen familiares, amigos y, en caso necesario, trabajadores contratados (y en esta ocasión también uno que otro colado mexicano, jeje).

Las mazorcas se dejan en la planta hasta que los granos de maíz están ya secos y duros puesto que en Portugal el maíz se utiliza como alimento para animales, en especial las aves de corral. (¡Si vieran el color amarillo profundo tan maravilloso que tienen las yemas!)

El primer día fuimos a un campo que mide unos 1800m2. Para empezar, nos paramos todos a un extremo del campo y comenzamos a recolectar las mazorcas. Cada quien iba siguiendo un surco, lo que dio oportunidad para ir hablando y bromeando con los demás mientras avanzábamos. Supongo que así también es más fácil saber dónde ya se recogieron las mazorcas y evitar que se quede una parte del campo sin cosechar. 

Para cosechar el maiz, hay que abrir las hojas secas, que se dejan en la planta, y la mazorca se coloca en el costal, como se puede ver en la foto de abajo.

Los sacos llenos se van dejando en medio del campo, siempre cuatro o cinco juntos.

Una vez terminada la cosecha, el tractor entra al campo y se van subiendo los costales al remolque. 

 

Entre plática y plática, Doña Lourdes nos comentó que antiguamente la gente cantaba durante las largas horas que pasaban en los campos, jóvenes y viejos juntos, pero que hoy en día se perdido esa costumbre. (¡Qué pena! A mí me hubiera encantado escucharles.)

También nos compartió una de las tradiciones de la cosecha: si un muchacho encontraba una mazorca roja podía ir a darle un beso y abrazo a la muchacha que le gustaba. Y sí, salió una mazorca roja durante la cosecha, pero se la regalaron a Ulises para que me diera mi beso y mi abrazo, jeje.

Cuenta Doña Lourdes que, cuando ella era joven, había en el pueblo un señor que ella describe como "muito feo, muito feo". Este hombre no perdía la oportunidad para ir a abrazar y besar a las jovencitas si encontraba una mazorca roja, por lo que ellaslas jovencitas siempre trataban de estar un surco del lado opuesto del campo.

(Dato curioso: a las gallinas de Doña Lourdes no les gusta comer maíz rojo, sólo el amarillo.)

Mientras trabajábamos en el campo, compartimos que nos gustaba mucho comer elotes, ya sea hervidos o preparados en esquites (granos de maíz cocidos y aderezados con epazote, jugo de limón, mayonesa y chile en polvo). Cuando terminamos de trabajar, Doña Lourdes nos llevó a un campo cercano -ni idea quién será el dueño- y nos dijo que de ahí podíamos tomar unas dos o tres mazorcas tiernas para cocinar. "Es buen momento para robarse unas mazorcas" explicó entre carcajadas: "es hora de la comida y todo mundo está en su casa." ¿Cómo ven?

Las mazorcas cosechadas se guardan en los espigueiros (en portugués la a las mazorcas les dicen espigas, de ahí el nombre de la bodega). En muchas de las casas de las zonas rurales aún tienen uno o varios estas pequeñas casitas; aunque también hay pueblos donde los espigueiros se encuentran todos juntos en una zona central del poblado.

El espigueiro de nuestras vecinas es muy simple, hecho de cemento y celosía de ladrillo; los tradicionales tienen las paredes laterales de cantera o de madera. Algo característico es que están colocados sobre unos pilares con un borde que sobresale, lo que evita que se metan ratones.

En la foto de abajo pueden ver unos espigueiros tradicionales de cantera, madera y teja. Están en el centro del pueblo de Sistelo, famoso también por sus terrazas de cultivo, y que se encuentra ubicado cerca del parque nacional de Peneda-Gerês.


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